Los jóvenes de hoy se ahogan en
un vaso de agua. Pese a que son mucho más preparados, se derrumban fácilmente y
no toleran críticas. Esto dicen los expertos sobre este fenómeno. Son más
preparados, tienen más títulos y parecen muy dispuestos a luchar por sus
ideales en un mundo lleno de retos. De hecho, los jóvenes de hoy son más
independientes en lo político y abrazan la diversidad. Pero suele haber
individuos vulnerables tras esa coraza, que se derrumban ante cualquier
problema. En el mundo anglosajón los llaman la generación snowflake, porque son
tan frágiles como un copo de nieve. Los expertos afirman que los mileniales,
jóvenes nacidos entre 1980 y 1995, que hoy en día representan un gran sector de
la población mundial, protagonizan esta tendencia. De hecho, un estudio de Pew
Research reveló que esta es la generación que menos valora la libertad de
expresión, pues cerca del 40 por ciento se inclina por censurar discursos que
puedan ser ofensivos.
Según Claire Fox, directora del
Instituto de Ideas en el Reino Unido y autora del libro I Find That Offensive!,
muchos en esa generación no pueden lidiar con puntos de vista distintos a los
suyos, y no toleran las críticas a pesar de que sean válidas. “Reaccionan agresivamente porque creen que
tienen derecho a hacerlo y además exigen disculpas si llegan a sentirse
ofendidos”, afirma la autora. Esta conducta quizás se exacerba porque
buscan luchar por el respeto a la individualidad, a la aceptación de las
diferencias, y en ese contexto las críticas pueden percibirse como una agresión
a la libertad. “Esto los hace
hipersensibles a cualquier observación sobre sus comportamientos y muestra una
exigencia a veces exagerada de recibir un trato de igual a igual”, dice la
psicóloga María Elena López.
Este fenómeno ha sido
particularmente visible en las universidades de los países del primer mundo.
Las instituciones más tradicionales han prohibido a varios profesores opinar
sobre temas políticos, de raza o género porque es preferible proteger a los
alumnos de supuestas agresiones. Por ejemplo, Andy Martin, profesor de la
Universidad de Cambridge, fue víctima de esta generación de hipersensibles. Un
día hizo en clase un chiste de doble sentido y varios estudiantes salieron a
protestar. Algo parecido ocurrió en la Universidad de Oxford, donde varios
alumnos crearon una campaña en Twitter con el hashtag #RhodesMustFall, para
derribar la estatua de Cecil Rhodes, pues la presencia en el campus de un
monumento en honor de ese personaje racista resultaba ofensiva.
Chris Patten, rector de Oxford,
definió el fenómeno como una situación preocupante que va en contra de la idea
misma de universidad. “Está claro que
debe haber límites como no promover el odio y la violencia, pero es
incomprensible que los estudiantes y algunos profesores quieran protegerse de
las visiones que no les gustan mediante la censura y la intolerancia al
debate”, dice.
En Colombia y América Latina no
se conocen casos tan extremos, pero en redes sociales sí hay manifestaciones de
jóvenes que en Facebook y Twitter expresan con mucha frecuencia y vehemencia
sus puntos de vista. Esto muchas veces no genera un debate sano, sino una lucha
basada en la agresión. Debido precisamente a la intolerancia y la
hipersensibilidad de la mayoría, que los hace ver como personas políticamente
correctas. No en vano esta generación se caracteriza por ser muy individualista
y el uso constante de las redes sociales potencia ese egocentrismo. Algunas
investigaciones hablan de un narcisismo exagerado donde “la imagen que proyectan en sus cuentas de Facebook, Twitter e
Instagram son muy importantes. Las selfis y los ‘likes’ son criterios para
medir su aceptación y reconocimiento”, dice López.
Pero también son muy vulnerables
a frustrarse por cualquier revés del destino y todo les duele el doble. Ante el
más mínimo tropiezo se echan a la pena. Los expertos creen que los grandes culpables
son los padres, pues educaron a sus hijos en medio de una burbuja en la que
nada les falta y en donde no tienen que esforzarse demasiado. Esto los vuelve
alérgicos a los fracasos y las críticas, y los hace sentir especiales,
delicados y únicos. Ben Machell, columnista del diario The Times de Londres,
dice que además creen que cada sentimiento y capricho es válido, y fuera de eso
se empecinan en que los demás no tengan que experimentar desilusiones o
contradicciones en un mundo lleno supuestamente de ‘malas opiniones’.
Lo anterior se debe también a que
los papás perciben el mundo como un lugar cada vez más inseguro y deben darles
cuidado extra a sus hijos. Esto provoca un nivel de sobreprotección bastante
grande. Por eso quizás los jóvenes son menos resilientes, o en otras palabras,
son más débiles ante las adversidades y les cuesta más superar las
dificultades. Probablemente “estos
patrones de crianza están asociados a esquemas de educación más abiertos y, en
muchos casos, más laxos”, dice López.
Esto se suma a que los jóvenes de
hoy tienen demasiadas presiones encima. Deben estar muy bien preparados a nivel
académico para ser exitosos y en su apretada agenda está también convertirse en
activistas contra el cambio climático, el racismo y la discriminación de
género, entre otras cosas. Esa vulnerabilidad, dice Fox, también se debe en
buena medida a que son la primera generación que no puede escapar a los
problemas de estar hiperconectados a los celulares y al modo de vida del siglo
XXI. “Deben manejar una identidad alterna
en las redes sociales donde puedan comunicarse y discutir durante horas sobre X
o Y situación. Terminan exhaustos”, dice la autora Susanna Schrobsdorff.
El fenómeno ha producido una
epidemia de ansiedad y depresión. Así lo advirtieron varios psicólogos en el
artículo de portada del número del 27 octubre de la revista Time. Allí explican
que esta generación llena de contrastes ha vivido como nadie los veloces
avances de la tecnología, la apertura y la globalización, pero también de las
crisis de violencia política y religiosa, la corrupción, las brechas sociales y
el cambio climático. “El hecho de vivir
estas transformaciones debería hacerlos más fuertes, pero no parece ser así.
Muchos se muestran más vulnerables y sensibles a estas amenazas para la
sociedad que además les generan miedo e incertidumbre”, dijo López a
SEMANA.
Ante este panorama, los expertos
se preguntan si esta generación es mejor o peor que las anteriores. Todos
coinciden en que no es fácil dar una respuesta clara al respecto, pues como las
demás tiene sus pros y contras. No cabe duda que los mileniales tienen un
potencial para ser unos abanderados genuinos de un mundo mejor para todos, pero
les falta ser más condescendientes e imponer sus modos de pensar de forma democrática
y respetuosa. También recomiendan que en las casas y en los colegios se
promuevan clases o lecciones de resiliencia, pues está comprobado que quienes
desarrollan esta habilidad tienen mayor equilibrio frente a situaciones
difíciles.